El Santo Rosario y el cenáculo de los días miércoles

Los considerandos que podrán leer con mucho provecho en esta nueva entrada, deseo que sirvan como motivación constante para sostenernos en el rezo diario de esta Oración tan querida y recomendada por la Santísima Virgen María y por la Iglesia.

Pero también los invito, nuevamente, a encontrarnos en torno a la Eucaristía, todos los miércoles a las 19:30, para desgranar en su Presencia las cuentas del Rosario y recibir la misma Bendición de Jesús Pan de Vida. Por otra parte, las intenciones por las que ofrecemos esta oración ameritan cualquier esfuerzo que hagamos para participar de este Cenáculo. Los invito a que lean la pestaña de este blog titulada “Cenáculo de oración”

“La exposición de la Santísima Eucaristía hágase siempre como se prescribe en los libros litúrgicos. Además, no se excluya el rezo del Rosario, admirable “en su sencillez y en su profundidad”, delante de la reserva eucarística o del Santísimo Sacramento expuesto. Sin embargo, especialmente cuando se haga la exposición, se evidencie el carácter de esta oración como contemplación de los misterios de la vida de Cristo Redentor y de los designios salvíficos del Padre Omnipotente, sobre todo empleando lecturas sacadas de la sagrada Escritura” (*)

(*) Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum, Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar  acerca de la Santísima Eucaristía, aprobada por  el Papa Juan Pablo II el 19 de marzo de 2004, Nº 137

  Contemplar a Cristo con María
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La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como ícono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos  los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo” (nº 9)

“La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo” (nº 10)

“María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19; cfr. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el “rosario” que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.
María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María” (nº 11)

“El Rosario, precisamente, a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: `Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad´ (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza”. (*)

(*) SS  Juan Pablo II, Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, sobre el Santo Rosario, 16 de octubre de 2002