Homilía de la Misa del viernes 21 de junio

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En el pensamiento de Jesús hay algunas constantes, algunos temas que aparecen reiteradamente en su magisterio, el perdón de las ofensas es uno de ellos, y también el apego a las riquezas, del cual han de prevenirse sus seguidores.

“No acumuléis tesoros en la tierra, acumulad tesoros en el cielo”, leíamos en el evangelio de este día. Tesoros no son sólo algunos bienes materiales, tesoro es la expresión que refiere a algo valioso, a algo importante en la vida de una persona.

Cuando Jesús habla de acumular tesoros en el Cielo, quiere decir acumular tesoros en Dios. Todo aquello que invertimos en Dios se volverá en una ganancia para nosotros. Invertir en Dios empezando por invertir la misma vida.

Hoy podríamos examinarnos cuáles son nuestros tesoros… Y si nos cuesta descubrirlos, hay un camino de solución, un criterio que nos ayudará a identificarlos: el corazón y sus movimientos… Es decir, por dónde anda nuestro corazón, en busca de qué, qué lo mueve, cuáles son sus deseos y aspiraciones, qué lo intranquiliza y conmueve… Porque bien dice Jesús: “allí donde esté tu tesoro estará tu corazón”.

Ese acumular tesoros en el Cielo también lo ha expresado el Señor con otras palabras: “navega mar adentro”. Es decir, esta invitación que hace a sus discípulos a despegarse de los límites de la orilla,  a entrar en la profundidad de la vida dejando la superficie que nos asfixia muchas veces con sus encantos pasatistas y sus promesas inconsistentes… En el evangelio hay un llamado  a salir del contorno de las mil y una sensaciones que nos ofrece la cultura del consumo y a “echar las redes” en las profundidades de un mar que nos descubrirá el sentido y el cimiento de lo que somos y hacemos.

Unido a esto, Jesús utiliza hoy la metáfora del ojo: “si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado; si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas…”

El ojo hace referencia  a la mirada, al saber mirar… que es mucho más que ver. El Señor denunció tantas veces la ceguera de muchos que se creían videntes y llenos de luz…

“Saber mirar sanamente”, es descubrir el sentido de la realidad personal, de la propia historia… El ojo sano y el ojo enfermo, es también el signo del corazón. El corazón se llena de luz cuando se orienta hacia el único bien indefectible que es Dios… Cuando el corazón se queda empantanado en los baches de la mundanidad, de lo transitorio y pasajero… entonces, la luz se va apagando y se nos baja la tensión de la vida.

Roguemos con las palabras del salmista, “crea en mi, Señor, un corazón puro; renuévame por dentro con espíritu firme” (Sl 50)

P. Claudio Bert

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María, Reina y Madre de Misericordia

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Pregunta San Bernardo:

                                         “¿Por qué la Iglesia llama a María Reina de Misericordia?

                                          Y responde:

                                        “Porque Ella abre los caminos insondables de la Misericordia de Dios a  quien quiere, cuando quiere y como quiere, porque no hay pecador, por enorme que sean sus pecados, que se pierda si María lo protege”

 

“A Ella que amó a Cristo más que Pedro, Jesús confiaba en la persona de Juan, bajo la cruz redentora de mundo, como hijos suyos a todos los hombres, ovejas y  corderos de un rebaño reunido y disperso, constituyéndola así en Divina Pastora, Madre común y universal de los creyentes”

Papa Pío XII, 21 de abril de 1940