El empuje hacia abajo

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La compasión de Jesús se caracteriza por un empuje hacia abajo. Esto es lo que nos molesta. Nosotros ni podemos pensar en nosotros mismos sino en términos de empuje hacia arriba, de movilidad ascendente en que luchamos por vidas mejores, salarios más altos y posiciones más prestigiosas. Por tanto, nos molesta profundamente un Dios que encara un movimiento hacia abajo. En vez de luchar por una posición más elevada, por más poder y más influencia, Jesús va – como dice Karl Barth – de “las alturas a la profundidad, de la victoria a la derrota, de las riquezas a la pobreza, del triunfo al sufrimiento, de la vida a la muerte”. Toda la vida y misión de Jesús implica la aceptación de la impotencia y la revelación en esa impotencia del ilimitado amor de Dios.

Aquí vemos lo que significa compasión. No significa inclinarse hacia los desprivilegiados desde una posición privilegiada; no es un abrirse desde arriba a los desafortunados de abajo; no es un gesto de simpatía o piedad hacia quienes no han tenido éxito en el empuje hacia arriba. Por el contrario, la compasión significa ir directamente a las gentes y lugares en que el sufrimiento es más agudo, y construir allí un hogar. La compasión de Dios es total, absoluta, incondicional, sin reserva. Es la compasión de quien sigue yendo a los más olvidados rincones del mundo y que no puede descansar mientras sabe que hay seres humanos con lágrimas en sus ojos. Es la compasión de un Dios que no sólo se comporta como siervo, sino cuya servidumbre es una expresión directa de su divinidad.

 Henri Nouwen, La compasión en la vida cotidiana

 

La infinita compasión de Dios – de la que Nouwen habla tan bellamente – expresa el misterio mismo de Dios. Y como es una compasión absoluta, sin recortes, que nos llega y nos rebalsa si la dejamos entrar en el cántaro de nuestra vida sedienta, entonces me atrevo a decir que es la compasión que nos trae, cada día, la gracia de la Eucaristía celebrada y participada.

Sin embargo, hay un día de la semana – y de esto hace ya tiempo, en mi vida y en la de tantos – en que la compasión de Jesús sopla como brisa suave que cura y alivia tantas heridas, o como viento recio que sacude el propio árbol y hace caer lo que ya no tiene que estar más agarrado a nuestras ramas… esos vientos que barren y limpian…

Hoy es el día del que les hablo, VIERNES, es el día de la muerte del Señor, por ende, memoria de su Cruz redentora, de su Corazón abierto, memoria de su gran misericordia derramada sobre la Iglesia y el mundo entero. Recuerden de esta Misa de los viernes, de estas Eucaristías con imposición de manos: allí, cuando nos acercamos con la sed de la Samaritana para llevar el agua del pozo, siempre se nos descubrirá la verdadera Fuente que apaga la sed del corazón; allí tenemos la posibilidad de entrar en un contacto espiritual con el misterio de la Compasión del Señor que hace sus caminos para instalarse en los caminos del dolor humano.

P Claudio Bert