Anotaciones personales en torno al Evangelio de este domingo

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Texto del evangelio: Lucas  9, 51-62

El camino de Jesús a Jerusalén, que es el camino que lo lleva al combate final con la muerte, comienza mal, comienza con ese rechazo en Samaría, la falta de hospitalidad de esos lugareños que no quieren recibir a Cristo.

Me quedo en silencio contemplando este rechazo que sufre el Señor del mundo. Aquél, por quien todos los lugares fueron hechos, no siempre encontró un lugar donde poder recostarse en paz. Jesús lo sabe ya desde el pesebre, lugar del nacimiento para Dios pero no lugar para que nazcan los hombres.

“Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?”. Pero él se dio vuelta  y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo”. La mirada humana de sus discípulos quiere el resarcimiento del daño que se le hace al Maestro; en un lenguaje más nuestro quizá lo expresemos en estos términos: “el que las hace, las paga”. Pero la mirada de Jesús muestra que la metodología de Dios difiere tanto de nuestros modos…

Nunca será oración digna del cristiano, pedir el mal para quienes no han sido buenos con nosotros.

Hay que advertir en esta reflexión cómo el magisterio de Jesús se hace una misma realidad con su obrar, su proceder en medio de las vicisitudes que atraviesa. Él había enseñado que el discípulo no debía permanecer en el lugar donde hubiese sido rechazado y también les exigió una capacidad de amar que llegue hasta el enemigo, los que nos persiguen y maldicen… Nada de lo que Él no haya dado ejemplos consumados…

La única violencia que Jesús aprueba es la que cada uno se ha de hacer a sí mismo, para seguir a Jesucristo sin condicionamientos. “La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él” (Lc 16, 16).

Jesús habló de su “yugo suave  y de su carga ligera” que no están reñidos con la altísima exigencia que conllevan sus palabras oídas y aceptadas en cada uno de sus interlocutores. El evangelio de este domingo nos muestra la radicalidad del Señor con tres personas que quieren seguirle.

La santidad no es una condición previa que el Señor reclame en aquellos que quieran ir junto a Él. Sin embargo, en sus llamados, Jesús no disimula que el estar con él es mucho más que una compañía de a ratos; es un compartir vida y misión, alegrías y penas, soles y noches…

Jesús comprenderá nuestras caídas y tropiezos del camino, siempre habrá perdones para nuestras ofensas… pero sí exige que no le pongamos condiciones al seguimiento. La única condición que nos pone es que caminos detrás de Él sin condiciones…

“Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde quieras que vayas!”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Lejos de rechazar a este candidato que lo abordó en el camino, el Señor hace gala de su realismo y golpea esos entusiasmos de verano que no pocas veces nos hacen prometer tanto… para dejarnos en el desencanto del incumplimiento. De entrada las cosas deben estar muy claras: el cristianismo no es un seguro contra todo riesgo. La confianza en Jesús y el caminar bajo su amorosa mirada y compañía, en una obediencia constante a sus instrucciones, generalmente nos hará pasar alguna que otra noche en vela… Hay escasas seguridades humanas, pero sí todas seguridades del Cielo, las que vienen de Dios.

Nos puede pasar que nos reservemos en la vida algunos espacios donde no dejamos circular el aire de Dios, su gracia, y nos conducimos sólo con nuestros criterios…. Y esto es como pactar y negociar el seguimiento, ponerle condiciones al Señor: “con esto sí, con esto no”.

Hay algunos que alimentan una comprensión de la fe demasiado moralista, y de una moral minimalista, que bien podría enunciarse en estas palabras: “hacer el bien y evitar el mal”. Para éstos hay algunas correcciones, si me permiten:

–          El cristiano no es alguien que solamente “evita el mal”, como cuando uno se cruza de vereda para no saludar al que viene enfrente nuestro. Jesús no adoptó una postura defensiva frente al misterio del mal y frente a los malos. Al contrario, asumió el combate y puso todas sus fuerzas en esta lucha sangrienta contra el mal en todas sus formas. Él no temió mezclarse entre la cizaña de tantos para buscar el trigo que debía ser rescatado. Él salió tantas veces de su casa para entrar en los pantanos de nuestros extravíos y cargarnos en las espaldas de su misericordia…

–          El cristiano positivamente ha de hacer el bien. La bondad de las personas no es un atributo que alguien te pueda indilgar  desde afuera; la bondad la construimos todos los días con sudor y lágrimas tantas veces… Hacer el bien, por supuesto, pero hacer bien el bien, es decir, buscando la calidad y la excelencia. Todos sabemos que las cosas no siempre se hacen de la mejor manera. Y de esto todos somos un poco responsables.

La Santa Misa es memorial de la entrega del Señor hasta la muerte. La Eucaristía es el sacramento que nos involucra en ese misterio del “cuerpo entregado y de la sangre derramada del Señor”. Celebrar este misterio no puede ser algo meramente ritual. La celebración auténtica incluye la vida y se prolonga en ella. Celebrando este Sacramento del amor hasta el extremo uno siente que no puede ponerle condiciones al Señor. Si Él nos ama sin otra razón más que la de su mismo amor, ¿no sería un poco vergonzoso que nosotros le mostremos nuestra lista de “peros…”?

P. Claudio Bert