Salta es la tierra, Dios la eligió, para esparcir todo su amor…

Como cada 15 de septiembre, la provincia de Salta estuvo engalanada de fervor y perfumada con el incienso de la plegaria y admiración cariñosa hacia su Señor del Milagro y la Virgen, que en sus respectivas imágenes- tan bellas artísticamente- caminaron en medio del pueblo.

Sentado en mi escritorio y conectado a internet pude seguir y hasta sentir el espíritu que se cernía sobre ese pueblo creyente, que aguardaba bajo ese sol norteño que quema la piel y enciende más el alma, la salida de las imágenes benditas que custodia la catedral de Salta.

Cuando la emoción y las lágrimas pasan, entonces aflora la reflexión pacífica y la ponderación de un acontecimiento que detiene por unos días los quehaceres cotidianos y rutinarios del pueblo salteño. Sí, me vi estremecido por las  imágenes y esos rostros de muchos hermanos que escondían, entre sus lágrimas y arrugas, la confianza segura de sus vidas puestas a los pies de tan gran Señor crucificado…

Cuando traspasaba el atrio de la Catedral la Imagen del Señor, escoltada por esas cofradías tradicionales del pueblo, y los pañuelos se agitaban como aplauso silencioso ante la visita del Divino Señor que se acerca a nuestras calles, entonces experimenté una vez más que Salta tiene el cielo metido en la tierra. El Señor de todos los milagros acercándose a su pueblo sencillo que le reconoce como suyo y le declara una y mil veces su radical pertenencia. Jesús en toda su majestad de cruz, coronado de espinas y de gloria, campea sobre esa muchedumbre congregada que lo espera y lo bendice cuánto más avanza, llevado al compás de los cantos y rezos que no paran…

Pude estar muchas veces- por gracia de Dios- en Tres Cerritos, ese monte donde cada sábado el Cielo se confunde con la tierra y la Santísima Virgen, la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, se manifiesta con sus manos repletas de misericordia y abraza tiernamente a cada peregrino. Hoy sentí lo mismo. El cielo en la tierra. El cielo de la gracia estaba allí, en cada fiel que aguardaba  el impacto de ese encuentro santo con las Imágenes del Señor y la Virgen. Un encuentro que necesita de esas manifestaciones pictóricas y tan sentidas, pero un encuentro que principia en el hondón de esas almas curtidas en el trabajo y la confianza de saberse cuidados por su Soberano Señor.

Eso es Salta también, el Milagro, la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Sin partidismos, sin reclamar protagonismos humanos, sin mezclar lo que nunca estuvo separado porque proceden de una fuente común: el Cielo que se abre a la tierra. Qué distintas serían las cosas si pudiésemos ver la continuidad y no la ruptura; sin pudiésemos sentir el Cielo tocando  Tres Cerritos, y el mismo Cielo en medio de un pueblo que se ha hecho hogar y casa para recibir al Huésped de honor que sigue maravillando sus vidas en el fragor de su lucha cotidiana.

Sabrán disculparme si estas consideraciones no tienen una compaginación y un  mejor cierre. Son pensamientos que se despertaron en mi corazón conmovido y aleccionado por el testimonio de muchos salteños que me interpelaron más allá de una primera emoción.

Padre Claudio Bert