Queridos amigos blogueros
Inspirado en la Oración colecta de este domingo de Ramos en la Pasión del Señor quiero hacer algunas consideraciones:
“Dios todopoderoso y eterno, tú mostraste a los hombres el ejemplo de humildad de nuestro Salvador, que se encarnó y murió en la cruz; concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión, para poder participar un día de su gloriosa resurrección. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos”.
Admirable la voluntad de Jesús que sabe aprovechar cada momento y hasta el final, para darnos lecciones y para mostrarnos el camino seguro- aunque angosto- que conduce a la Vida, pasando por el umbral de la muerte que Él también ha querido cruzar.
El recuerdo emocionado de Jesús cabalgando sobre el burro, y avanzado en la gloria de su mansa humildad, como guerrero que trae la paz y la salud… es una de esas estampas que nos lo hacen a Cristo tan atractivo y fascinante que podríamos decir otra vez, con el corazón consternado: “¡nunca hemos visto nada igual!”.
Otras veces Jesús se encaminó a la Ciudad santa de Jerusalén, ciudad de paz pero que mata a sus profetas… Ésta es la última vez y el Señor lo sabe, por eso cuida tanto los detalles y se deja abrazar por esa aclamación de los pobres y de sus discípulos que reconocen al Hijo del hombre, al Ungido de Dios. “Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían…”
Jesús, el amigo de los niños y de los pobres, se deja querer por aquellos que le acompañaron hace tiempo y le improvisan un domingo de homenaje de gratitud que contrastará- lo veremos a renglón seguido- con el rechazo de los dirigentes políticos y religiosos de Jerusalén.
Nuestra vida conoce momentos parecidos a estos de Jesús. Hemos de aprender a transitarlos como el Señor nos ha enseñado, con el silencio de quien avanza lentamente, a paso de burro, con el corazón ardido por la templanza de quien acoge el afecto de los hombres pero se orienta enseguida al Cielo del Padre donde están los gozos verdaderos.
La liturgia de este domingo se cierra con la venerable lectura de la Pasión del Señor y la comunión sacramental con el Cordero Pascual que ha sido inmolado y se hace presencia eucarística en nuestros altares.
Del Jesús aplaudido por los pobres volvemos la mirada al rostro endurecido del Señor que sigue avanzando- ahora con el peso del leño que le tiraron sobre sus espaldas. “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado” (lectura de Isaías de la Misa de este domingo).
El guerrero de paz que sonreía desde la montura del burro y bendecía de corazón a su pueblo, ahora calla y sólo habla para confortar a los abatidos que le siguen sin entender lo qué pasa, y para redimir a los que sucumben bajo el peso de tanta misericordia que se muestra en esas llagas vivas y sangrantes que ulceran la carne sacratísima del Señor.
Para los arrepentidos- como el ladrón que agoniza a su costado- habrá indulto y cielo abierto, para otros muchos que se quedan mirando a la distancia, los cubrirá también la compasión y la esperanza del Crucificado que muere por todos.
Jesús en la Pasión nos enseña su pasión de amor por el Padre, y la certeza de ser el Hijo amado, lo libra de la confusión y le abre un horizonte de luz en la negra noche del viernes santo. Cristo sabe que “hoy” estará en el Paraíso… donde el Padre lo espera con el abrazo de misericordia y el banquete del vino nuevo del Reino y la fiesta sin fin.
Aprendamos a transitar nuestras pasiones en esta obra de la fe que el Padre nos ha pedido a cada uno, con la certeza de que nunca estamos solos y que el fruto de la vida despunta siempre en el grano de trigo que muere.
Padre Claudio Bert