San Ignacio de Loyola

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Memoria litúrgica: 31 de julio

De una carta del Santo a  sor Teresa Rejadell (Venecia, 18 junio 1536)

(…) “de dos lecciones que el Señor acostumbra dar o permitir. La una da, la otra permite; la que da es consolación interior, que echa toda turbación, y trae a todo amor del Señor; y a quiénes ilumina en tal consolación, a quienes descubre muchos secretos, y más adelante. Finalmente, con esta divina consolación todos trabajos son placer, y todas fatigas descanso. El que camina con este fervor, calor y consolación interior, no hay tan grande carga que no le parezca ligera; ni penitencia, ni otro trabajo tan grande, que no sea muy dulce. Esta nos muestra y abre el camino de lo que debemos seguir, y huir de lo contrario; ésta no está siempre en nosotros, mas camina siempre sus tiempos ciertos según la ordenación [ divina]; y todo esto para nuestro provecho; pues, quedando sin esta tal consolación, luego viene la otra lección, es a saber: nuestro antiguo enemigo poniéndonos todos inconvenientes posibles por desviarnos de lo comenzado, y tanto nos veja, y todo contra la primera lección, poniéndonos muchas veces tristeza sin saber nosotros por qué estamos tristes, ni podemos orar con alguna devoción, contemplar, ni aún hablar, ni oír de cosas de Dios Nuestro Señor con saber o gusto interior alguno; que no sólo esto, mas, si nos halla ser flacos, y mucho humillados a estos pensamientos dañados, nos trae pensamientos, como si del todo fuésemos de Dios Nuestro Señor olvidados; y venimos en parecer que en todo estamos apartados del Señor nuestro; y cuanto hemos hecho, y cuánto queríamos hacer, que ninguna cosa vale; así procura traernos en desconfianza de todo, y así veremos que se causa nuestro tanto temor y flaqueza, mirando en aquel tiempo demasiadamente nuestras miserias, y humillándonos tanto a sus falaces pensamientos. Por donde es menester mirar quién combate: si es consolación, bajarnos y humillarnos, y pensar que luego viene la prueba de la tentación; si viene la tentación, oscuridad o tristeza, ir contra ella sin tomar resabio alguno, y esperar con paciencia la consolación del Señor, la cual sacará todas turbaciones, tinieblas de fuera”.

 

Obras Completas  de San Ignacio de Loyola, Cartas, pp 661-662 (BAC)

Lunes 29 de julio en Camilo Aldao (Córdoba)

Queridos amigos del Blog

Este lunes 29 estuve en el pueblo de Camilo Alado, provincia de Córdoba junto a algunas hermanas de la Caridad y miembros de la Obra Pequeños Servidores de la Misericordia Eucarística. Como estaba estipulado, a las 18:30  comenzó el Santo Rosario y a las 19:00 la Santa Misa con adoración eucarística e imposición de manos.

Me agrada compartirles algunas fotografías que ilustran este hermoso encuentro de ayer. Además, no puedo dejar de agradecer a Nuestro Señor y a Su Bendita Madre, la Virgen María,  me hagan partícipe como instrumento para llevar y celebrar el misterio de la divina Misericordia.  Por supuesto que va mi agradecimientos a los servidores que acompañaron y trabajaron y a la comunidad educativa del Colegio Sagrado Corazón de Jesús que nos recibe con tanta hospitalidad y nos hacen sentir muy a gusto el escaso tiempo que allí estamos.

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Evangelio del Domingo 28 de julio de 2013

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Texto del evangelio: Lucas 11, 1-13

Si el evangelio del domingo pasado, con el episodio de Marta y María, nos hablaba de la necesidad de ponernos a la “escucha de la voz de Dios”, hoy la temática se profundiza y se conecta con una de las necesidades básicas del cristiano: la necesidad de la oración.

Haríamos bien poniendo en nuestros labios la petición de uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar”.

Si nos ponemos en la escuela de la oración de Jesús, el primer descubrimiento que haremos es que la oración no empieza con nuestras palabras, la oración tiene su razón de ser en que el Dios de nuestra fe, no es simplemente “Dios”, sino que es el “Abba”, es decir, Alguien que tiene corazón de padre y que vive pendiente de nosotros. De la misma manera que el mejor papá de este mundo, Él está volcado hacia su hijo pequeño y débil…

Por esto, cualquier catequesis que hagamos en torno a la oración cristiana, tiene que comenzar por el anuncio de que la oración siempre es posible… no tiene que ver con nuestras capacidades ni méritos. Es posible porque el encuentro no depende tanto de nosotros como de la constante voluntad del Padre que quiere salir a nuestro encuentro. Como nos enseña el Catecismo: “La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El” (nº 2560).

La oración es algo más profundo que el recitado de fórmulas preestablecidas… tampoco es un mecanismo para convencer a Dios sobre lo que nosotros consideramos que es nuestro verdadero bien…

Por sobre todo, la oración brota de esta certeza profunda de la paternidad de Dios, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos… Podríamos considerar sin apuros las dos imágenes de la parábola que nos cuenta Jesús en este evangelio: la del amigo y la del padre. Ese el rostro de Dios: el Amigo que nunca se molesta frente a nuestras insistencias – en esto difiere del amigo humano de la parábola -, y el Padre que se desvive por el bienestar de su hijo…

Si bien la parábola nos educa sobre el valor de la oración confiada y perseverante… el protagonista de hoy no es el que pide sino el que da, es decir, es Dios. La frase fundamental está en la conclusión del Evangelio: “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”

Jesús nos asegura también: “pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Es decir, la oración siempre es eficaz, pero no somos nosotros quienes medimos esta eficacia. La oración es eficaz porque al rezar nos colocamos en la inmediatez de Dios, entramos en la longitud de onda con ese manantial de toda bondad y de toda gracia, que siempre busca el mejor bien para cada uno de sus hijos…

Dios siempre sabe cómo llenarnos de sus bienes y esa es nuestra seguridad y nuestra confianza. Como dice el salmista: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”.

Hablando de esta oración confiada nos dice San Alfonso María de Ligorio: “No es posible honrar mejor a Dios, nuestro Padre, que a través de una confianza ilimitada”.

El Padrenuestro es el paradigma de toda oración cristiana. En la primera parte pedimos que Dios manifieste su rostro de Padre sobre todo el mundo, como lo pidió Abrahán a Dios cuando intercedió por los pueblos de Sodoma y Gomorra. En la segunda parte, rogamos por nosotros mismos y pedimos: “pan”, que es lo que siempre piden los pobres; “perdón”, puesto que somos pecadores; “protección”, ya que nos sentimos débiles como niños…

P. Claudio Bert

La Oración en el Catecismo

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Para seguir ahondando en las enseñanzas que Nuestro Señor nos ha dejado acerca de la Oración, como lo escuchamos en el texto evangélico que se proclama en la Santa Misa este próximo domingo, les propongo algunos párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica.

“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes. ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado. La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos orar como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios” (nº 2559)

“Si conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él” (nº 2560)

“San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, “el amigo importuno”, invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, “la viuda importuna”, está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe  sobre la tierra?
La tercera parábola, “el fariseo y el publicano”, se refiere a la humildad del corazón que ora. “Oh Dios, ten  compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: “¡Kyrie eleison!” (nº 2613)

“La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padre espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un “recuerdo de Dios”, un frecuente despertar la “memoria del corazón”: “Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar”. Pero no se puede orar “en todo tiempo” si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración” (nº2697)

“El Señor conduce a cada persona por los caminos que El dispone y de la manera que El quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración” (nº 2699)

“La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que le agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?” (nº 2740)

“Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y a favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y en la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (nº 2741)

 

La luz de la fe

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“Mientras Moisés habla con Dios en el Sinaí, el pueblo no soporta el misterio del rostro oculto de Dios, no aguanta el tiempo de espera. La fe, por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro, que quiere revelarse personalmente y en el momento oportuno” (13)

 

“Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que le gritan: “Fíate de mí”. La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que lo someten los ídolos” (13)

 

“La plenitud a la que Jesús lleva  a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios (cfr Jn 1, 18). La vida de Cristo – su modo de de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él – abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar” (18)

Lumen fidei
Carta Encíclica del Papa Francisco, julio 2013

Santos Joaquín y Ana

Memoria litúrgica: 26 de julio

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“Dios creó un mundo para el hombre peregrino: es la tierra; un mundo para el hombre glorificado: es el cielo; un mundo para sí mismo: es María.

Ella es un mundo desconocido a casi todos los mortales. Un misterio impenetrable aun para los mismos ángeles y santos del cielo, que, contemplando al Dios trascendente, lejano e inaccesible, tan escondido y oculto en su mundo que es la excelsa María, exclaman día y noche con religioso estupor: ¡santo!, ¡santo!, ¡santo! (Is 6, 3)”

 

“Feliz, una y mil veces en esta vida, aquel a quien el Espíritu Santo descubre el secreto de María para que lo conozca”

San Luis María G. de Montfort
El secreto de María

Boletín de la Obra Pequeños Servidores…

Queridos Amigos del Blog

Esta es una iniciativa que se consolidó junto a los miembros de la Obra y algunos de ellos son los encargados de compaginar el material y formatear un diseño para que los lectores puedan informarse de diversas cuestiones que hacen a la vida de la Obra y de la misma Iglesia.

Hoy sale  a la calle el primer número del Boletín de la Obra Pequeños Servidores de la Misericordia Eucarística.  La entrega se hará en las celebraciones que tienen lugar en la Capilla de la calle Paraguay.

Bendigo estos ejemplares y aliento a servirse de este medio para seguir propagando el buen amor misericordioso que el Señor nos prodiga desde su Presencia en el Santísimo Sacramento.

Padre Claudio Bert

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Noticias…

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Las Hermas de Caridad de Nuestra Señora del Buen y Perpetuo Socorro, a cargo del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, de la localidad de CAMILO ALDAO- Provincia de Córdoba- , invitan para el próximo LUNES 29 de julio, a:

18:30hs Santo Rosario

19:00hs SANTA MISA CON IMPOSICIÓN DE MANOS

La Santa Misa será celebrada por el Padre CLAUDIO BERT, y será en Templo Parroquial San José, de Camilo Aldao.

Fiesta del Apóstol Santiago (25 de julio)

SPAIN- Santiago Apostol © González Gotor

“Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. Él le respondió: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Ellos le dijeron: “Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?” “Podemos”, le respondieron. Entonces Jesús agregó: “Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados” (Mc 10, 35- 40)

No fueron reprendidos en su deseo, pero sí encaminados hacia un orden

Dos discípulos de nuestro Señor, los santos y magníficos hermanos Juan y Santiago, según leemos en el evangelio, desearon que el Señor les concediese el sentarse en su reino uno a la derecha y otro a la izquierda. No anhelaron ser reyes de la tierra, no desearon que les otorgase honores perecederos, ni que los colmase de riquezas; no desearon verse rodeados de numerosa familia, ni ser respetados por súbditos, ni ser halagados por aduladores; sino que pidieron algo grande y estable: ocupar unos asientos imperecederos en el reino de Dios. ¡Gran cosa era la que desearon! No fueron reprendidos en su deseo, pero sí encaminados hacia un orden. El Señor vio en ellos un deseo de grandeza y se dignó enseñarles el camino de la humildad, como diciéndoles: «Daos cuenta de lo que apetecéis, daos cuenta de que yo estoy con vosotros; y yo, que os hice y descendí hasta vosotros, llegué hasta humillarme por vosotros». Estas palabras que os narro, no aparecen en el evangelio; sin embargo expreso el sentido de lo que en él se lee. Os invito ahora a leer las palabras exactas que allí se hallan, para que veáis de dónde han salido las que os he dicho. Una vez que el Señor escuchó la petición de los hermanos, les dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Mt 20,22). Vosotros deseáis sentaros a mi lado, pero debéis contestarme antes a lo que os pregunto: ¿Podéis beber el cáliz qué yo he de beber? ¿No os resulta amargo el cáliz de la humildad, a vosotros que buscáis los puestos de grandeza?

Donde se impone un precepto duro, hay siempre un gran consuelo. Los hombres se niegan a beber el cáliz de la pasión, el cáliz de la humillación. ¿Anhelan las cosas sublimes? Amen ante todo las humildes. Partiendo de lo humilde se llega a lo sublime. Nadie construye un edificio elevado, si no ha puesto bien los cimientos. ¡Hermanos míos! Considerad tranquilamente estas cosas; instruíos y afianzaos en la fe para que veáis el camino que debéis recorrer hasta alcanzar lo que deseáis. Conozco y sé sobradamente que ninguno de vosotros rechaza la inmortalidad, la eterna sublimidad, así como el llegar a conseguir la compañía de Dios. Todas lo deseamos.

Veamos, pues, por dónde hemos de llegar hasta ellas, ya que amamos el lugar a donde nos encaminamos. Dije, pues: el que ha de edificar una casa de heno, temporal, no se preocupa de cavar un cimiento firme. Si, por el contrario, desea levantar un gran edificio, de gran consistencia y larga duración, ante todo pone su mirada y atención en los cimientos que ha de cavar y no a la altura que ha de alcanzar; y cuanto más elevada haya de ser la cúspide del edificio, tanto más profundas han de ser las zanjas de los cimientos. ¿Quién no quiere ver sus mieses altas? Antes de conseguirlas, debe remover la tierra profundamente para echar la simiente. El que ara surca las profundidades de la tierra. El que ara profundiza el surco para que crezca la mies. Cuanto más altos y más esbeltos son los árboles, tanto más profundas tienen las raíces, porque toda altura procede de la profundidad.

¡Oh hombre! Tú tenías miedo a soportar las afrentas de la humillación. Te conviene beber el cáliz amargo de la pasión. Tus vísceras están irritadas, tienes inflamadas las entrañas. Bebe la amargura para conseguir la salud. La bebió el médico sano, y ¿no la quiere beber el enfermo debilitado? El Señor dijo a los hijos de Zebedeo: «¿Podéis beber el cáliz? No les dijo: ¿Podéis beber el cáliz de las afrentas, el cáliz de la hiel, el cáliz del vinagre, el cáliz amarguísimo, el cáliz repleto de ponzoña, el cáliz de toda clase de dolores?». De haberles dicho eso, los hubiera atemorizado en vez de animarlos. Donde hay participación hay también consuelo. ¿Por qué desdeñas ese cáliz, ¡oh siervo!? El Señor lo bebió. ¿Por qué lo desdeñas, ¡oh hombre débil!? El sano lo bebió. ¿Por qué lo desdeñas, oh enfermo? El médico lo bebió. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

En aquel momento, ellos ávidos de grandeza, ignorando sus fuerzas y prometiendo lo que todavía no tenían, responden: Podemos. El Señor les replica: Beberéis ciertamente mi cáliz, ya que yo os concedo el que lo bebáis, ya que os convertiré de débiles en fuertes, os concedo la gracia de padecer para que bebáis el cáliz de la humildad; pero no está en mi poder el sentaros a mi derecha o a mi izquierda, pues mi Padre lo ha dispuesto para otros (Mt 20,23). Si no se les concede a ellos, ¿a quiénes otros se les concede? Si los apóstoles no lo merecen, ¿quién lo merece?… ¿Para quiénes otros, ¡oh Señor!? Si no lo recibió Juan que descansó sobre el pecho del Señor; si no lo recibió el que traspasó el mar, el aire, el cielo y llegó hasta la Palabra (Jn 1,1); el que traspasó tantas cosas y consiguió llegar hasta ti, en cuanto eres igual al Padre; si no recibió lo que pidió, ¿quién lo recibirá? El Señor es consciente de lo que había dicho: Está dispuesto para otros. ¿Para qué otros? Para los humildes, no para los soberbios; luego será también para vosotros, si os hacéis como esos otros, si deponéis la soberbia y os vestís de humildad.

San Agustín
Sermón
20 A, 6-8.

María y los apóstoles de los últimos tiempos

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55. Sí, Dios quiere que su Madre santísima sea hora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que sucederá, sin duda, si los predestinados, con la gracia y la luz del Espíritu Santo, entran y penetran en la práctica  interior y perfecta de la devoción que voy a manifestarles en seguida.

Entonces verán claramente, en cuanto lo permite la fe, a esta hermosa estrella del mar, y, guiados por ella, llegarán a puerto seguro a pesar de las tempestades y de los piratas.

Entonces conocerán las grandezas de esta Soberana y se consagrarán enteramente a su servicio como súbditos y esclavos de amor.

Entonces saborearán sus dulzuras y bondades maternales y la amarán con ternura como sus hijos de predilección. Entonces experimentarán las misericordias en que Ella rebosa y la necesidad que tienen de su socorro, recurrirán en todo a Ella, como a su querida Abogada y Mediadora ante Jesucristo. Entonces sabrán que María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar a Jesucristo, y se consagrarán a Ella en cuerpo y alma y sin reserva alguna para pertenecer del mismo modo a Jesucristo.

56. Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María?

Serán fuego encendido (Sal 104, 4; Heb 1,7), ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.

Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en manos de un guerrero (Sal 127, 4).

Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación.

Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo (ver 2 Cor 2, 15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.

 57. Serán nubes tronantes y volantes (ver Is 60, 8), en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces, y con la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4, 12; Ef 6, 17) traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.

 58. Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.

Dormirán sin  oro ni plata y – y lo que más cuenta – sin preocupación en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal 68, 14). Tendrán, sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y sólo dejarán en pos de sí, en los lugares donde prediquen, el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda la ley (ver Rom 13, 10).

 59. Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios (Hb 4, 12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.

Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo sucederá esto?… ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros nos toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia al Señor (Sal 40,2)

San Luis María Grignión de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen