Homilía de la Misa del viernes 19 de julio

Jesús camina sobre el agua (Mt 14, 22-33)

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El relato evangélico describe una escena de la vida pública de Jesús, pero que entraña muchas enseñanzas para la Iglesia y para cada creyente.

La barca avanzando en medio de la noche y agitada por el mar es una imagen elocuente de la misma Iglesia. Y el Señor que siempre le está cercana, aunque no siempre se haga tan palpable su presencia…

Notablemente, Jesús embarca a sus discípulos hacia la otra orilla, se separa de ellos. Y también despide  a la multitud, se separa de esta muchedumbre que fue alimentada generosamente con los panes y los pescados. A sus discípulos les espera una lección importante en esa travesía difícil por el lago. Ellos tendrán que aprender lo que significa estar cerca de Jesús en la fe… La multitud que lo busca a Jesús y lo aclama, porque Él les dio de comer, también tendrán que tomar distancia del Señor, para que no confundan el mesianismo de Jesús con liderazgos políticos….

Jesús se interna en una noche de oración profunda con su Padre. Es la soledad de Jesús como ámbito más hermoso para encontrarse con el rostro del Padre. Allí el Señor se pone más hondamente en la sintonía con la voluntad del que lo envió, sin olvidar por ello a sus amigos que están el ojo de la tormenta en medio del lago, y sin olvidar a esa gente hambrienta que busca a Dios en sus mismas necesidades y carencias…

Cuando la barca esté zarandeada por las olas, cuando la angustia de la noche y el temor a perderlo todo amenace  el corazón de sus discípulos, entonces irrumpe el Señor. Nunca Dios nos deja solos en medio de la noche.

Pero se acerca con suavidad, sin extravagancias… como quien camina en puntas de pie, o sobre el agua, sin dejar rastro de sus pisadas… es el Dios de la brisa suave, de la paz, de la mesura y serena  confianza. Siempre las palabras de Jesús serán del mismo tenor: “Tranquilícense, soy Yo, no teman”. Como reza el salmista: “Él habló y levantó un viento tormentosos, que alzaba las olas a lo alto: subían al cielo, bajaban al abismo, su vida se marchitaba por el mareo, rodaban, se tambaleaban como ebrios, y no les valía su pericia. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación” (Salmo  106).

Qué bien nos representa el apóstol Pedro a todos nosotros: por su amor sincero y entrañable hacia Jesús, y por la insuficiencia de su fe, que busca más apoyo en una acción milagrosa de Dios, que en las escazas palabras que Jesús acaba de dirigirles…

In the arms of His mercy

Finalmente, contemplamos cómo Pedro camina sobre las aguas en dirección hacia Cristo que viene a su encuentro. Cuando su mirada está puesta en Aquél que tiene la plenitud del poder para apaciguar las tormentas de la vida, entonces Pedro avanza. Pero cuando la confianza decae y la mirada ya no descansa en el Cristo que viene sino en el mar revuelto que lo circunda… entonces Pedro se hunde.

Lección proverbial que nos deja Jesús esta tarde: sólo la confianza inquebrantable en Aquél que todo lo puede nos hará avanzar sobre la inconsistencia de un mundo que se revuelve y nos quiere sumergir en los bajos fondos de la muerte. Cuando dejamos de mirar a Dios, las fuerzas hostiles se levantan con más furor y la conciencia de la propia debilidad nos desestabiliza y corremos el riesgo de naufragar…

El grito de Pedro, que va entrando en la fosa de la muerte y Jesús que vuelve a extender su brazo – como lo hizo tantas veces – para mitigar el dolor y la pena de los enfermos, Su brazo lo rescata y lo devuelve a la paz de una barca que se llena de alegría cuando Jesús entró en ella definitivamente.

“Señor, sálvame”. Pedido de auxilio para situaciones extremas, pero la oración más bella que nos hace reconocer la insuficiencia de nuestra vida.

 Cantemos al Señor con indecible gozo,
él guarde la esperanza de nuestro corazón,
dejemos la inquietud posar entre sus manos,
abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Dichoso será aquel que siempre en él confía
en horas angustiosas de lucha y de aflicción,
confiad en el Señor si andáis atribulados,
abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Los justos saben bien que Dios siempre nos ama,
en penas y alegrías su paz fue su bastión,
la fuerza del Señor fue gloria en sus batallas,
abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Envíanos, Señor, tu luz esplendorosa
si el alma se acongoja en noche y turbación,
qué luz, qué dulce paz en Dios el hombre encuentra;
abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Celebrar el don de la amistad

Queridos Amigos del Blog

Cada año, el 20 de julio, afloran esos lindos sentimientos que nos ligan a algunas personas a la que nos honra llamar «amigos». Hoy estamos en ese día. Celebremos el don de la amistad: cuidando a nuestros amigos y acercándoles el don de la amistad en Jesús. Si Jesús llamó  a sus apóstoles con el título de amigos, ya no siervos… entiendo que Él nos ha distinguido aproximándonos a su Persona y comulgando con la integridad de nuestra existencia.

Les regalo este párrafo de Henri Nouwen que tanto bien nos puede dejar en el santuario del alma.

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“Vivir una vida espiritual significa llevar todo mi ser a la morada que le pertenece. Mi tarea espiritual verdadera consiste en dejarme ser amado, plena y completamente y creer que en este amor llegaré al cumplimiento de mi vocación. Sigo intentando llevar mi ser errante, inquieto y ansioso a su hogar para que pueda descansar en el abrazo del Amor”.

Henri NOUWEN, Diario del último año de su vida