«La oración es propia del corazón, no de los labios, pues Dios no atiende las palabras del que suplica, sino mira el corazón del que ora.
Pero ora en secreto y calla la boca en secreto y la voz calla, aunque (la plegaria) se oculte a los hombres, no puede ocultarse a Dios, que está presente en la conciencia.
Efectivamente, es preciso orar interiormente en silencio, sin sonidos de palabras, que con las solas palabras, sin aplicación de la mente »
San Isidoro de Sevilla: del libro III de las sentencias, cap VII, 744