Por la gracia de Dios, estamos destinados a llevar a nuestros hábitos y vida cotidiana, los frutos del tiempo en el que hemos alabado y agradecido a Dios durante la semana de Pascua.
La alegría de la Pascua que experimentamos aquí en la tierra está destinada a tener una orientación escatológica.
Cuando Nuestro Señor encuentra a María Magdalena después de Su resurrección, le ordena que no se aferre a Él.
¿Por qué le dice Él estas palabras aparentemente duras a ella? Él sabe que lo que Él ha preparado en el Cielo para María, y para todos nosotros, es mucho más grande que las comodidades sensibles que experimentamos aquí en la tierra. De manera similar, debemos “ir más allá”, por así decirlo, de las comodidades inmediatas de la Octava de Pascua, “lo que [ningún] ojo vio, ni [ningún] oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, [así es] lo que Dios preparó para los que le aman.” (1 Cor 2: 9). En otras palabras, el Cielo está más allá de cualquier alegría o consuelo que pudiéramos concebir aquí en la tierra.
Los consuelos espirituales que experimentamos en la tierra sin duda nos acompañarán en nuestra memoria mientras viajamos en el resto del año litúrgico (y de hecho, el tiempo de Pascua continúa hasta Pentecostés). Sin embargo, deben recordarnos que estamos destinados a experimentar la alegría beatífica del Cielo algún día – la alegría que tenemos aquí es incompleta hasta que finalmente veamos a Dios cara a cara. Por lo tanto, incluso deberíamos tratar de separarnos de los consuelos espirituales que experimentamos aquí en la tierra, ya que la muerte es el último desgarro de cuerpo y alma, pero el único medio por el cual podemos entrar al Cielo.
Como dice Nuestro Señor, el Buen Pastor: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). El demonio intentará robar nuestra alegría de la Pascua, y tratará de tentarnos para que odiemos las tareas simples que se nos dan cada día. Por la gracia de Dios, debemos resistir estas tentaciones y entrar en la vida misma de Cristo en todo lo que hacemos. Nuestro Señor sufrió, murió y resucitó para que también podamos entrar en Su Resurrección.
Aquí, en nuestras tareas diarias, estamos llamados a vivir como Santa Teresa, ofreciendo a Dios nuestros deberes diarios que se nos han dado en nuestro estado de vida, y anticipando siempre la “vida abundante” que Él desea darnos en el Cielo.