Dejándonos acompañar por las lecciones de san José (2)

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La obediencia es propia de almas fuertes y humildes. Sólo Dios podría medir la profundidad de la humildad de José. Se sabía incomparablemente privilegiado por Dios, en razón de su misión, y, sin embargo, no se siente aplastado por la grandeza de su vocación, como tampoco piensa en envanecerse o en reservarse un puesto en el gran misterio de la Encarnación que domina la Historia; ni siquiera utiliza su título de padre adoptivo del Hijo de Dios para destacarse y subirse en un pedestal. Allí donde otros hubiesen caído en el orgullo, él, que tan a menudo ha meditado el Magníficat de su esposa, se abaja más y más. En todo lo bueno que descubre en él no ve más que un don gratuito de Dios y de su liberalidad. Sólo se distingue de los demás por su profunda modestia y su discreción total. Más todavía que Isabel, se dice: ¿De dónde me viene la dicha que supone el que mi Dios y su Madre si dignen habitar en mi casa? Y más también que Juan Bautista, añade: Es menester que Jesús crezca y yo disminuya.

Pone todo su empeño en servir a los designios de Dios y lo hace sin agitación, sin ruido, en un silencio tal que el Evangelio no nos trasmite una sola palabra suya. En todas las situaciones singulares en que Dios le pone, permanece silencioso y tranquilo. Sabe que la tarea de un servidor no consiste en hablar, sino en escuchar la voz de quien le manda, y que el silencio es el ambiente propio de una vida que busca estar unida a Dios, conservar el contacto con él.

No tenemos que lamentar no conocer ninguna palabra de José, pues su lección y su mensaje son precisamente su silencio. Se sabe depositario del secreto del Padre Eterno y, para mejor guardarlo sin que nada se transparente, se envuelve él mismo en el secreto; no quiere que se vea en él más que un obrero que trabaja duro para ganarse el pan, temiendo que sus palarbas obstaculicen la manifestación del Verbo.

 

Michel Gasnier, Cuadernos Palabra nº 67, Madrid 1980

Dejándonos acompañar por las lecciones de san José

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Recurrimos a ti en nuestras tribulaciones, bienaventurado José… a fin de que, sostenidos por tu ejemplo y tu ayuda, podamos vivir santamente… (Oración de León XIII a san José). Nuestros antepasados, sabiendo quizá mejor que nosotros que Dios no es extraño a ningún detalle, por pequeño que sea, de nuestro destino, se entretuvieron en estudiar el nombre de José, observando que todas las letras que lo constituyen son iniciales de virtudes primordiales del Santo: J, de justicia, O, de obediencia, S, de silencio, E, de experiencia, P, de prudencia, H, de humildad (Joseph). Tal vez nos sintamos tentados a sonreír ante este candor que busca signos providenciales hasta en las letras de un nombre, pero hay que reconocer que esas virtudes caracterizaron, en efecto, el alma de José, tal como la tradición cristiana las refiere y enumera.

Todas las perfecciones evangélicas coexisten en su alma en admirable equilibrio, bajo el signo de una serenidad que se nos muestra como emanación de la divina Sabiduría.

La primera de las virtudes que colocó en su vida en un lugar de honor fue la obediencia. Siempre que el evangelio nos habla de él es para mostrárnoslo en el ejercicio de la misma: Así pues, levantándose, hizo todo lo que Dios le había significado. “Levantarse”, en el vocabulario de la Biblia, expresa la prontitud, la docilidad, y la energía con que uno se entrega a la tarea que acaba de serle asignada.

José se nos aparece, pues, como el servidor que Dios conduce fácilmente, como el centurión del Evangelio al que se le dice “Ve”, y el va. “Ven”, y él viene, “Haz esto”, y lo hace. Los hombres aún no conocían el Padrenuestro y ya José había pronunciado su frase central: “Padre, hágase tu voluntad”. Había comprendido que , para los seres creados, la verdadera sabiduría consiste en vivir de acuerdo con su Creador, a semejanza del Hijo de Dios, que al venir a este mundo se ofreció en oblación: Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad. Así, a cada consigna del cielo, se entrega a su cumplimiento como un niño, es dócil a todas sus llamadas, rápido en responder a todos los trabajos, a todas las pruebas, a todos los sacrificios. Ha puesto toda su vida en manos de Dios: está siempre a la escucha, al acecho de sus mandatos. No sabe adónde le conduce Dios, pero le basta con saberse conducido por él. Jamás desfallece en su misión. No regatea, no tergiversa, no objeta nada, no pide explicaciones. No se irrita, no se queja cuando se le trata aparentemente sin miramientos y sólo se ve iluminado en el último momento. No retarda el momento de entregarse. Va hasta el fin en el cumplimiento de su deber si dejarse intimidar por nada.

 

Michel Gasnier, Cuadernos Palabra nº 67, Madrid 1980

PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO DE LA INMACULADA MADRE EN SALTA

La Secretaría de la OPSME, informa de la próxima peregrinación al Santuario de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús en la ciudad de Salta.

 

PEREGRINACIÓN  AL SANTUARIO DE LA INMACULADA MADRE DEL DIVINO CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS

          Días 17, 18 y 19 de abril 2015

 VIERNES  17 de abril

0650hs. AR1450N

910HS llegada a salta, TRASLADO y alojamiento en hotel aybal

11hs. City tour ciudad de Salta. (opcional)

19hs Reflexión y Santa Misa con el padre Claudio Bert

21hs. Cena

 

SABADO 18 de abril

Desayuno.

0900hs: Salida al Santuario de la Inmaculada Madre.

1730 hs : regreso del cerro al hotel

21hs: Cena

 

DOMINGO 19 de abril

Desayuno.

09.30 HS: Santa Misa

13.00hs AR1455 Regreso a Buenos Aires.

 

La peregrinación incluye: pasajes AÉREO, ida y vuelta, hotel Aybal base doble o triple con desayuno,

 y cena,  traslados y seguro de viaje.

 

ACOMPAÑA LA PEREGRINACIÓN EL PADRE CLAUDIO BERT.

Tel. 11 15 67092673       11 1521817829   consultaservidores@gmail.com

http://www.padreclaudiobert.wordpress.com   

Dsc06245 

Oración al Ángel de la guarda

Angeles Custorios

Oh Santo Ángel a mi lado…

Vé a la Iglesia por mí.   Arrodíllate en mi lugar en la Santa Misa donde deseo estar…

En el Ofertorio, toma todo lo que soy y tengo y colócalo como un sacrificio sobre el trono del altar…

En la sagrada Consagración, adora con amor seráfico a mi Jesús escondido en la Hostia, bajado desde el cielo…

Ora por aquellos que me aman entrañablemente y por los que me causan dolor, que la Sangre de Jesús pueda limpiar todos los corazones que sufren y dé alivio a las almas…

Cuando el sacerdote tome la Comunión, tráeme a mi Señor, que su dulce corazón pueda estar en el mío y yo ser su templo.  Ora para que el divino sacrificio pueda borrar todos los pecados del hombre…

Luego tráeme a casa la bendición de Jesús…Las promesas de todas las gracias…

AMÉN

Luego…. Agradécele al Ángel por el servicio prestado.

 

Oración escrita por Ruth Merz (Cincinnati – Ohio – E.E.U.U.)
(Madre de 8 hijos, que enferma de cáncer, no podía concurrir a misa)