Vía crucis en la Hora de la Misericordia

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Padre Eterno, te ofrezco la dolorosa Pasión de Jesús para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero.

  1. Por su condena a muerte, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  2. Por la cruz que le fue cargada sobre sus espaldas, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  3. Por su primera caída, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  4. Por las lágrimas de su Madre que vino a su encuentro, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  5. Por su angustiosa fatiga por cuya causa se debió obligar a un hombre a ayudarlo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  6. Por la compasión de la mujer que le enjugó el rostro ensangrentado, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  7. Por su segunda caída, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  8. Por las palabras que Él dirigió a las mujeres que lo compadecían, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  9. Por su tercera caída, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  10. Por aquella brasa de dolor que presentaba su cuerpo cuando fue despojado de sus vestiduras, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  11. Por la horrible transfixión de los clavos que atravesaron sus manos y sus pies, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  12. Por el Agua y la Sangre que brotaron de su corazón como fuente de todos los bienes para nosotros, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  13. Por la imagen de todos los dolores que ofrecía su Madre cuando lo tenía muerto en sus brazos, a tal punto que aún hoy llamamos a esa escena “La Piedad”, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
  14. Por la piedra que se cerró sobre su sepulcro, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.

 P. Don Carlo Vivaldelli

A la Madre del Crucificado

Para que podamos rezar con las palabras y con las imágenes…
en este viernes último de Cuaresma,
acompañando a la Madre adolorada  junto a su Hijo muerto.

La-Piedad

Las últimas caricias fueron las de su Madre.
Sus manos se dedicaron a la dulce y dolorosa tarea
de recomponer en lo posible,
lo que habían hecho con su hijo.

Le bajó sus ojos,
que no se habían cerrado.
Quitó las espinas
que lo habían coronado,
y las sostuvo en sus manos
junto con los clavos.
Dos recuerdos que el hombre,
le dejaba regalados,
y dos honores que el hijo
para ella había ganado:
Amor y Dolor,
para siempre entrecruzados.

Tomó el cuerpo de su hijo,
y lo acercó hasta el regazo.
Era el cuerpo de ese niño
que acunó entre sus brazos,
y dormía ya tranquilo
después de tanto trabajo.
Tenía el peso de la entrega
y el precio del pecado.
Tenía el peso de los hombres
a quienes tanto había amado
y la marca de aquel beso
que el amigo le había dado.
¡Quién diría que ese niño
iba a ser tan castigado
y que sólo su castigo
nos vería perdonados!
¿Por qué le es tan difícil
a los hombres, ser amados?
¿Será que el amor lleva
hacia los cuatro costados,
y en Cruz así nos pone:
brazos abiertos,
pies bien clavados,
los ojos al cielo,
y en la llaga,
miles de hermanos?

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Siguió con sus manos
ungiéndolo en llanto,
y recorrió la ruta
que las heridas marcaron,
llegando hasta la gruta
que se abrió en su costado.
Allí se detuvo.
No pudo evitarlo.
Sus manos temblaban
de sólo tocarlo
y pronto llamaron
sus labios a besarlo.
Los latidos lo habían
hace un rato dejado,
pero aún lejos se oía:
“Tengo sed de abrazarlos”.
Era el corazón de su hijo
que no se había parado.
“Madre ahí tienes a tus hijos”,
tú puedes abrazarlos;
tú puedes decirles
lo que su amor me ha costado;
tú puedes mostrarles
el grueso de los clavos;
tú puedes acercarles
el beso del costado.
Tal vez, a ti te acepten
Madre del Crucificado.

Javier Albisu