Un sacerdote debe ser grande y pequeño a la vez.
Noble de espíritu, como si fuera de sangre real.
Simple y natural, como si fuera de raíz campesina.
Un héroe en la conquista de sí,
un hombre que ha combatido con Dios,
una fuente de santificación,
un pecador que Dios ha perdonado.
Soberano de sus deseos,
un servidor para los tímidos y débiles,
que no se abaja ante los potentes
pero se inclina ante los pobres.
Discípulo de su Señor, pastor de su rebaño.
Un mendigo de manos largamente abiertas.
Portador de muchísimos dones.
Un hombre sobre el campo de batalla,
una madre para confortar a los enfermos,
con la sabiduría de la edad,
con la confianza de un niño.
Dirigido hacia lo alto, con los pies sobre la tierra.
Hecho para la alegría, experto para sufrir.
Lejos de toda envidia, que sabe ver lejos,
que habla con franqueza.
Un amigo de la paz, enemigo de la inercia.
Fiel para siempre…
Otro Cristo.
(Códice de Salzburgo siglo XVI)
Hace tiempo conservo este escrito entre mis papeles. De tanto en tanto vuelvo a leerlo, porque siento que allí late la esencia misma de lo que soy y debo ser cada día. Es un texto que baña de luz cualquier expectativa con que podamos asomarnos para hablar del sacerdocio católico.
Espero que a ti también te llegue esa luz cuando lo leas…y sea estímulo para expresarte en una oración ferviente a Jesús Buen Pastor, rogando por quienes hemos recibido este Don sobre todo don. Gracias por adelantado.