Por los Sacerdotes

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Un sacerdote debe ser grande y pequeño a la vez.

Noble de espíritu, como si fuera de sangre real.

Simple y natural, como si fuera de raíz campesina.

Un héroe en la conquista de sí,

un hombre que ha combatido con Dios,

una fuente de santificación,

un pecador que Dios ha perdonado.

Soberano de sus deseos,

un servidor para los tímidos y débiles,

que no se abaja ante los potentes

pero se inclina ante los pobres.

Discípulo de su Señor, pastor de su rebaño.

Un mendigo de manos largamente abiertas.

Portador de muchísimos dones.

Un hombre sobre el campo de batalla,

una madre para confortar a los enfermos,

con la sabiduría de la edad,

con la confianza de un niño.

Dirigido hacia lo alto, con los pies sobre la tierra.

Hecho para la alegría, experto para sufrir.

Lejos de toda envidia, que sabe ver lejos,

que habla con franqueza.

Un amigo de la paz, enemigo de la inercia.

Fiel para siempre…

Otro Cristo.

(Códice de Salzburgo siglo XVI)

Hace tiempo conservo este escrito entre mis papeles. De tanto en tanto vuelvo a  leerlo,  porque siento que allí late la esencia misma de lo que soy y debo ser cada día. Es un texto que baña de luz cualquier expectativa con que podamos asomarnos para hablar del sacerdocio católico.

Espero que a ti también te llegue esa luz cuando lo leas…y sea estímulo para expresarte en una oración ferviente a Jesús Buen Pastor, rogando por quienes hemos recibido este Don sobre todo don. Gracias por adelantado.

¿Damos gracias a Dios al recibir la Santa Comunión?

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La prisa, el stress, el utilitarismo, el llamado “aprovechamiento del tiempo”, etc. han entrado en nuestra vida cristiana con la misma fuerza con que abaten los distintos ámbitos de la vida humana, social, cultural… Y un signo de esta decadencia de lo esencial es nuestra actitud más corriente a la hora de recibir la Eucaristía en la Santa Misa. Fijémonos bien en nosotros mismos y también, con prudencia, observemos a muchos otros, pues estas cosas suelen suceder tras comulgar:

-Tras recibir la Comunión, volvemos al asiento y tras unos breves momentos nuestro pensamiento discurre por todo tipo de caminos alejados de la Presencia Real de Cristo en nuestra persona. Distracciones, miradas al celular, charlas en voz baja con la persona de al lado, revisión de la cartera o del bolso… todo menos rezar.

-Si aún así rezamos, muchas veces prima la oración de PETICION por encima de la acción de gracias. Son momentos prioritarios para dar gracias a Dios por todos los dones recibidos: por la misma Eucaristía, por el perdón en la Confesión, por la vida, por la redención, por el bautismo, por la divina Providencia…

-No somos conscientes de que cada persona, tras comulgar, es como un “sagrario viviente”: durante unos minutos y mientras la Sagrada Forma no se haya desintegrado en nuestro metabolismo, Cristo está presente en nuestro interior. Y sin embargo nos aprieta la prisa para que el sacerdote despida a la comunidad cuanto antes.

-Si el sacerdote celebrante finaliza pronto la Misa, sin que se hayan pasado apenas 5 minutos, desde la comunión, salimos de inmediato del Templo, sin considerar la posibilidad de permanecer allí tras el “podéis ir en paz”, al menos unos minutos más en compañía íntima de Jesús Sacramentado.

 

Qué bueno sería recuperar una espiritualidad de “gratitud” a Dios a través de la Eucaristía bien recibida. Un corazón cristiano con devoción, fervor… amor a Cristo, NO TIENE  PRISA tras comulgar. Al contrario, pues sienta o no sienta ese fervor (el estado de ánimo es lo de menos), da gracias a Dios con serenidad, con cariño, sin deseo de terminar.

Si tras dar gracias a Dios con cariño se nos acaban las palabras… sigamos orando desde la mera contemplación silenciosa del misterio de amor. Pero sobre todo que no nos venza la prisa mundana frente a la intimidad divina que tanto bien nos hace y tanto agrada a Dios Nuestro Señor.