Leyendo estas palabras del Papa Francisco percibo claramente el realismo de cuanto dice, pero también me apena que en esta Iglesia particular de Buenos Aires – como en tantas otras quizá- estas enseñanzas del Obispo de Roma, quien también fue pastor celoso de esta porción del Rebaño de Jesús, tengan tan poca resonancia existencial.
“Uno de los testimonios que me pedían es este: estar siempre en camino -dijo- El camino de la vida consagrada es seguir a Jesús. Si en el centro de la vida está el hecho de que estoy en contra del obispo o del párroco o de otro sacerdote, toda mi vida estará ocupada por esa lucha. ¡Pero esto es perder la vida! No tener una familia, no tener hijos, no tener amor conyugal, que es tan bueno y tan hermoso, para terminar discutiendo con el obispo, con los hermanos sacerdotes, con los fieles, con “cara de vinagre”.
“Eso no es dar testimonio. Cuando el centro es Jesús, esas dificultades, que están en todas partes, se enfrentan de una manera diferente. En un convento puede ser que la superiora no me guste, pero si mi centro es la superiora que no me gusta, eso no es testimonio. Si en cambio mi centro es Jesús, rezo por ella, la tolero y hago todo lo posible para que los demás superiores conozcan la situación. Pero la alegría no me la quita nadie. La alegría de seguir a Jesús”.
“Para mí, la señal de que no hay fraternidad son las habladurías. El terrorismo de las habladurías. En un presbiterio puede haber diversos puntos de vista y diferencias, es normal, es cristiano, pero estas diferencias se deben manifestar teniendo el valor de decirlo a la cara. Y cuando no se puede -porque a veces no se puede- lo dices a otro para que haga de intermediario- Pero no se puede hablar en contra del otro, porque las habladurías representan un terrorismo para la fraternidad sacerdotal, para las comunidades religiosas”.
Fuente: Aica