“Benditos son los pies del que entra en Jerusalén”

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Es fascinante  la imagen de Jesús que atraviesa aclamado por los pobres y los niños – sus preferidos – las calles de Jerusalén, sin perder la conciencia de su mesianismo de cruz que lo encamina voluntariamente hacia el Gólgota.

Y Jesús avanza a paso de burro, ungido con la serena confianza de estar haciendo el recado que su Padre le pidió. Él sabe que esta entrada majestuosa  es el introito del amor popular, antes de que la Víctima sea sacrificada y levantada en alto.

Hoy comenzamos un camino de mayor sintonía con el Corazón divino de Cristo, llagado y sangrante para verter su sangre redentora sobre una humanidad lastimada y pecadora. El hijo de David se sabe amado con predilección por su Padre y ese es el horizonte de luz que despejó las tormentas oscuras de la Pasión y Muerte del Señor.

p. Claudio

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